miércoles, 16 de julio de 2008

Las influencias

Cuando era más joven leía a García Márquez, por ejemplo, y después, influído, intentaba largas oraciones que ocupaban una carilla. O también leía a Cortázar, y luego quería lograr el más insólito de los argumentos. Con Borges aprendí a ser (a intentar ser) lo más certero posible en la adjetivación. Ahora estoy leyendo a Juan José Saer, uno de los más grandes escritores que leí, así que me agarran justo en un momento en donde la elección de la palabra exacta que realmente describa lo que yo quiero decir es lo que más me motiva. Ahora bien, no quiere decir que esos escritores influyan exactamente con esos rasgos a todos. A mí, en un momento histórico y en un momento personal determinado, me afectaron esas características.
Una vez enganché en el cable una película de Godard, nunca supe cómo se llama. Sabía que Godard era un groso y también sabía que decir que a uno le gusta Godard hace groso a uno. Pero debo decir, casi con orgullo snob, que nunca caí en las vacuas garras del snobismo. Me resulta triste, o mejor, poca cosa, mostrar una máscara soberbia con un fondo de nada misma. La cosa es que esa película me despertó un montón de cosas: en blanco y negro, una mujer muy hermosa (a la cámara francesa le encanta regodearse en un hermoso rostro femenino. Martín dice que na hay nada más cine que eso) camina, se toma su tiempo, entra a un bar. Después a uno le informan que ella es prostituta. Se podría decir que no pasa nada. Pero a mi sí me pasaron cosas. Por ejemplo, descubrí que en el cine podían existir otros tiempos. Que el director podía, si quería, mostrar tiempo perdido mostrando a alguien que hace poco y nada. Y a la vez, paradójicamente, mostrando ese tiempo perdido, reflexionaba sobre cosas profundas. No era la primera vez que veía cine francés, pero en ese momento descubrí que ese ritmo y ese tiempo diferentes a la homogeneidad yanqui que acostumbraba y acostumbro ver, me daba un respiro. Respiro no solamente por poder comprender una estructura diferente, sino también porque intuía que el director hacía lo que quería, utilizando un lenguaje propio, y lo hacía sinceramente en función de algo que quería decir.
Siendo cadete tuve que hacer un trámite. En realidad tenía que hacer un trámite médico, personal, para un superior mío. Supongo que eso también es trabajo de cadete. Cuando entro a Medicus, una incesante decena de empleados, remedando un Mc Donald sin comida, se movía entre pacientes y máquinas. Entrego los papeles y espero en el mostrador. Como una epifanía sonora, agarrándome de sorpresa, cristalizando en mi cerebro simetrías de tiempo, ritmo, frecuencias, sonido, conjugándose matemáticamente como un milagro y seguramente sólo para mí, dos máquinas de fax a destiempo me proporcionaron una melodía. Quedó en mi cabeza hasta que llegué a mi casa, agarré la guitarra y mis dedos, con alivio, descubrieron que Mi menor y Si séptima eran el marco perfecto para aquel fragmento de caos que a mí se me presentó ordenado.
Quiero decir que cualquier cosa nos atraviesa, cambiándonos, transformándonos a cada instante. Me gusta no desestimar ninguna expresión, o manifestación de azar (como las máquinas de fax) que sea susceptible de influenciarme, enseñándome a la vez el exterior y una parte de mí que no conocía. Sea una conversación en el colectivo, una bruta cumbia, un documental de Indonesia, Felipe que me pregunta cosas como una manera de ir tanteando el mundo, el gusto de un condimento que no probé nunca, un Fiat 600 bastante bien cuidado, una banda rock de adolescentes desafinados, un programa de chimentos, ella esperándome o mirándome, un ladrillo de más de 700 páginas, todo el cine, toda la música, todos los textos, todos las pinceladas y las esculturas, todos los gritos, las caricias, las miradas, los llantos, los proyectos frustrados, los destinos impensados, los nervios, las risas, los ríos, la conversación con los muchachos... Amo mi condición de esponja. Y no crean que no soy agradecido: algo lindo voy a devolverle al mundo.

2 comentarios:

Almirante Margarito dijo...

Puede que no haya comida, pero la medicina es una rama de la industria de la carne. La nuestra, claro.

InFerNet dijo...

Si, Mc Medicus, Almirante. Esos grupitos esquizofrénicos me avisan que voy entrando en terreno capitalista.