miércoles, 12 de agosto de 2009

Mariano

El 9 de julio mis suegros invitaron a comer buseca. Eramos 8 en la mesa: el padre y la madre de Eva (Carlos y Ruth), los hermanos de ella (Valentín y Pedro), Mariano y Romina, y Eva y yo.
Al día siguiente Mariano debía embarcarse. En algún momento entendí la reunión como una despedida, ya que Carlos también fue embarcado y debía conocer muy bien lo que se siente dejar a la familia por un tiempo largo para estar arriba de un barco.
Una olla gigante con suculenta y humeante buseca, y otra con arroz. Cada uno debía pararse y servirse en su plato. Es una costumbre de la familia que a mí me gusta, me hace sentir cómodo. Terminé el primer plato, me serví el segundo, y no me animé al tercero sólo por vergüenza, pero quería. Mariano come mucho y no se reprime nada. Después del segundo plato, se sirve el tercero, abundante, con patita de cerdo y todo, agarra el pan, come con ganas, un poco agachado sobre el plato, creo que en algún momento se bromeó con su desparpajo y fruición. Lo miro con envidia porque está haciendo lo que quiere, y yo, por alguna ley absurda que me impuse, no.
Había tenido contacto social unas diez veces con Mariano. Tiene 22 años pero cuenta cosas de los barcos o del campo con sabiduría de experimentado. Le gusta conocer lo que le gusta, y esto hace que se ubique lo más lejos posible de la pedantería. Sabe, lo dice, y con eso no busca nada más que compartir, casi siempre con asombro, algunos funcionamientos de este maldito mundo. Obviamente que estuve celoso de Mariano, porque es un hombre lindo, muy educado, de esas personas que te hacen sentir cómodo en cualquier lado, como amparándote de cualquier posibilidad de hostilidad, un tipo útil, sencillo, risueño, transparente, que se queda callado cuando tiene que escuchar, que le importa todo lo que uno dice. Ahora voy recordando al azar comentarios que otras personas hacían de Mariano. Escuché que había estado unos años en el ejercito, y también escuché un "no te metas con Mariano, que si se enoja te hace mierda", en referencia a su entrenamiento y a la imposibilidad de vencerlo en una riña. Así que, en mi cabeza, además de ser casi perfecto, es invencible.
El 10 de julio se embarcaba. Romina, la novia, me contó que se iba solamente por 15 días. No era tanto pensé yo, y se lo dije. Después de comer, fuimos a pasear con Eva y ellos se quedaron. Cuando estabamos en la playa, unos 2o minutos después, pasó Mariano y Romina en la moto y nos saludaron de lejos.
15 días después vuelvo a Colón y recibo la siguiente noticia:
Mariano no era mi amigo. Era un ser querido de otra gente. Tal vez este texto quiera explicar porque me duele tanto entonces. Quizás porque compartí el último almuerzo con él y su gente, como un extraño que está ahí solo para ser testigo. Quizás porque no sólo intuyo sino que confirmo que el ente regulador de todas las cosas es el Mal, agazapado y espectante, para aplacar y para destruir cualquier atisbo de bondad, belleza o perfección. Quizás porque lo veía tan perfecto, haciéndole bien al mundo sólo con ser, y a la vez pensar que son tantos lo que hacen el mal sólo con ser. Porque tal vez era muchas cosas que yo no soy.
Pienso que nunca jamás voy a olvidarlo. Y siento una alegría absurda e incoherente, una satisfacción, un alivio gigantesco, cuando recuerdo con qué ganas comió ese tercer plato de buseca, con qué ganas hizo lo que quiso.