martes, 12 de agosto de 2008

Pornografía

Ella me comentó algo sobre la ceremonia de inauguración de los juegos olímpicos. Me dijo que la delegación argentina, a la hora de desfilar, no actuó como otras delegaciones, sino que bailaba, saltaba, demostraba la alegría que sentían por estar allí. Lo que me llamó la atención fue que también filmaran y sacaran fotos. Ellos, el espectáculo, sacaban fotos al público. En una instancia inaudita, el espectador y el espectáculo se registraban para la eternidad mutuamente. Me da la impresión de que algo en ese momento preciso está como suspendido en el aire, como anulado. Una sensación de abismo, un espejo frente a un espejo y en el medio nada. En el afán de que ese momento tan importante (que lo es solamente porque ellos están ahí) quede registrado para siempre, se anulan y desaparecen. Pienso que todo se debe a que los deportistas deben suponer que la circunstancia los supera, que ese momento único (como todos) es más importante que ellos mismos, sin percibir que ellos son el acaecer mismo.
Hay un ansia de registrarlo todo, de preferir ver o verse después que vivir el momento. De descubrir, mientras uno mira lo que filmó (o a sí mismo filmado) después en la tele, qué sentimientos experimentaba en ese momento en que filmé o fui filmado. Ya no es el mismo placer, es otro. Es contemplarse gozando. Es yo dos veces: gozando allí, en el momento filmado, y gozando aquí, mirando como gozaba cuando filmaba. Porque lo verdaderamente importante, la contemplación del espectáculo, quedó en un segundo o tercer plano, tantas son las capas nuevas de realidad creadas. Uno sacrifica ese momento único del espectáculo para trasladar el placer para otro momento. Entonces Abu Ghraib y el placer perverso de los soldados norteamericanos, no sólo por torturar, sino también por filmar la tortura. Después, en la casa, junto a su familia y amigos, se verían a sí mismos posando para la foto con una sonrisa junto a los presos desnudos y golpeados. O el bullying, el acoso, maltrato, matonaje escolar que existe desde siempre, pero que ahora puede valerse de un plus que parece inventado para sus fines: poder filmar para después reir con lo hecho.
El hombre, al ser humano digo, siente enormes deseos de saber cómo se comportan sus pares en la intimidad. Tal vez para corroborar que todos hacen lo mismo, y que él no es el único miserable de este mundo.
La pornografía, esa gran máquina de mostrar la intimidad, por lo menos muestra (sea homosexual o heterosexual, hardcore o soft, profesional o amateur, supuesto, fingido, actuado, lo que usted quiera) placer común a todos los mortales.