miércoles, 3 de diciembre de 2008

Llanto hacia Retiro

En el tren, hacia Retiro, estaba parado entre dos asientos, ahí donde está el cesto de basura. Mientras Nuñez se convertía en Belgrano, y luego en Palermo y luego en Retiro y la máquina transcurría bestial sobre el acero, todos los pasajeros contrastábamos con quietud. La contemplación del paisaje y la contemplación mutua de los viajantes entre sí es el pasatiempos más a mano que encontramos para amortiguar esta singular experiencia de cambiar de espacio estando quieto. Entonces vemos la ropa de la gente, los nuevos adminículos tecnológicos, los locos que hablan solos, los peinados, las mochilas de los pibes con superhéroes nuevos, las conversaciones, las lecturas, los dormidos, la declamación de los vendedores, las parejas, los ciegos, todos juntos yendo a un mismo punto para luego disgregarnos.
Es un momento de transición: dejamos de hacer algo en un lugar, viajamos, y luego realizamos otra acción en otro lugar. Es, también, un tiempo de introspección, en donde, impedidos de usar los músculos, nos damos cuenta de que estamos pensando. Qué hicimos, qué vamos a hacer, hacia dónde vamos, de dónde venimos...
Una mujer estaba llorando. Miraba para afuera. Tenía auriculares. Primero pensé que estaría escuchando algo que le estaba haciendo mal, que le daba tristeza. Pero razoné que, así como no miraba nada específico, tampoco escuchaba nada en especial. Todo estaba en su cabeza. Sus ojos se llenaban de lágrimas, alguna caía. Su mentón temblaba, y cuando temblaba más, más triste era su expresión. No dejaba de mirar hacia afuera. Suena su celular, se seca las lágrimas como queriendo que su interlocutor no la viera llorando y atiende. No puedo escuchar lo que dice, pero mientras habla no llora. Yo imaginaba dos cosas: que el novio acababa de dejarla y que ahora la llamaba para seguir hablando o que un pariente estaba enfermo y que las noticias eran constantes porque se volvían viejas apenas pronunciadas. Nunca voy a saberlo. Cuelga, guarda el autodefinido/sopa de letras y la revista Pronto porque ya estamos llegando y sigue mirando hacia afuera. Por el momento ya no llora, pero su mentón vuelve a temblar... Pensé que había un mundo paralelo dentro de su cabeza. Un mundo cuyos actores y circunstancias jamás nadie va a conocer más que ella. Le miraba el cráneo y deseaba saber qué pasaba adentro. Llegamos. Todos juntos nos preparamos para salir. Se abren las puertas y salimos. Nos disgregamos como una bomba de racimo.
Ver llorar a alguien da tristeza, nada más que eso. Quizás lo inquietante sea tener la inequívoca certidumbre de que en algún momento voy a ocupar el lugar de ella.

1 comentario:

Almirante Margarito dijo...

Or as, when an underground train, in the tube, stops too long between stations
And the conversation rises and slowly fades into silence
And you see behind every face the mental emptiness deepen
Leaving only the growing terror of nothing to think about (...)

T.S. Eliot, East Coker