jueves, 16 de julio de 2009

El actor

Estoy en Córdoba, en un pequeño pueblo limítrofe con San Luis y La Pampa. Tengo 6 o 7 años y es navidad. Muchos familiares alrededor de la mesa, mucho alboroto. Soy el más grande de todos los primos, asi que contando también a mi hermano, seremos unos 7 niños. Para ser totalmente sincero voy a decir que tengo sólo dos recuerdos precisos: la pirotecnia era diferente, era más grande y explotaba más fuerte. Recuerdo una granada verde, con la misma forma y tamaño que las granadas tienen en las películas. Alguien la arroja prendida y explota en el aire. En mi barrio se tiraba al piso, o contra una pared, nunca al aire. La granada explotó en el aire y sus refulgencias se imprimieron para siempre en mi retina y mi cerebro porque nunca más olvidé esa explosión. Sin embargo, no es ése el recuerdo más importante que me queda de esa noche. Hay otro.
La casa tiene una gran ventana y yo estoy afuera viendo la imagen de los familiares adentro, alrededor de la mesa. Se acerca mi tía Nora, furtivamente, y me dice al oído ensordeciendo la voz: "Vení, dale, ayudame a poner los regalos". No entendí primero. Pero luego entendí. Tenía que ayudar a poner los regalos abajo del arbolito. Los regalos que iba a traer Papá Noel. El Papá Noel que yo también estaba esperando. Algún otro niño hubiera llorado, algún otro discutido... Yo decidí actuar. Tal vez, intuía que si le decía a mi tía que yo tampoco sabía que Papá Noel eran los padres la iba a hacer sufrir. Digamos que yo la protegí a ella. Actué una madurez o adultez que no tenía. Actué con mi cabeza convulsionada con los recuerdos de navidades y regalos anteriores, con esperas eternas en la cama sin querer dormir, aguzando el oído para descubrir a Papá Noel entrando, furtivamente, a traerme mi regalo. Actué mientrás acomodaba los regalos en el árbol, y hasta cuando coloqué mi propio regalo. Yo puse mi regalo en el árbol. Me gustaría verme a mí, caminando atrás de mí tía, con los brazos llenos de paquetes. Quisiera saber hasta dónde actué, que grado de azoramiento o decepción dejaba traslucir mi rostro. Tal vez intuí, con vergüenza, que ya tenía que dejar de ser niño, y que, si todavía persistía en mi tesitura, haría el ridículo frente a los grandes.
De todas maneras, lo que más me perturba de esta anécdota es mi falta de sublevación, mi decisión férrea de continuar con el acto y no mostrar ni un ápice de lo que sentía. Muchas veces sigo siendo así. Muchas. Me detesto cuando soy así. Me consuelo solo y pienso que hay que ser diplomático, que todo es política, que una actitud determinada va a provocarme un beneficio posterior. Odio cuando no me opongo al mundo... Me gustaría ser de otra manera, para no seguir siendo mi propio Papá Noel y para no seguir llevándome el regalo a mí mismo con una sonrisa de imbécil en el rostro.

lunes, 13 de julio de 2009

El azar

Mi amigo virtual, el Almirante Margarito, me dio una tarea: agarrar el libro que tenga más cerca, buscar la página 161 y transcribir en el blog el quinto párrafo. A los 5 blogs que mande deberán, si quieren, hacer lo mismo. Digo "si quieren", porque yo no quería... pero de todas maneras tomé el libro que tenía más cerca, "El Aleph". En la página 161 caigo dentro del cuento "Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto", de J.L.Borges, Emecé Editores, Bs. As., 2008, busqué, leí y ahora transcribo:
"-¿No es inexplicable esta historia?"
A veces no sé si alguna característica mía es virtud o defecto. Descubrir las sogas que unen elementos inconexos, es una de ellas: la interpretación de todo, tal vez para buscar un equilibrio oculto y dejar de sentir pavor.
Cuánta interpretación de esta frase se me agolpa en la lengua... Puedo interpretar que la frase habla de este jueguito absurdo o del absurdo de la vida... De cualquier manera está presente, latiendo ahí todo el tiempo, el azar. Y todos tenemos el impulso de pensar que en cualquier manifestación del azar hay una significación oculta que pide a gritos ser decodificada.
Voy a elegir a 3 blogs para que hagan lo mismo:
No sé si debo desearles suerte.